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. Su padre tenía un método contundente para educarlo : lo suspendía en el aire colgándoló de la oreja izquierda, y agregando algunos varillazos en las piernas. No le importaban tanto los varillazos, pero sí le preocupaba su oreja, dado que siempre era la misma, y con el tiempo, se le fue apantallando visiblemente. Así, su rostro adquirió una extraña asimetría, que fue objeto de burlas y apodos humillantes por parte de sus condicípulos. Ya se sabe, los niños pueden ser muy crueles.
Muchos años después, ya independizado y con recursos propios, recurrió a un cirujano que se la operó. Tanto le recomendó que se la dejara exactamente igual a la derecha, que el resultado fue catastrófico : su oreja izquierda quedó tan pegada a la cabeza que, mirado de frente, casi no se ve, y por lo tanto, la oreja derecha pasó a ocupar el mismo papel que antes tenía la izquierda. La asimetría se invirtió, y así quedó para siempre ...
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Pero hubo otra secuela derivada de aquel patético episodio : se convirtió en un fetichista, en un obsesivo controlador de orejas, en un meticuloso inspector de, sobre todo, las orejas femeninas. Avido de hallar la perfección en esas maravillosas caracolas rosadas, lo primero que investigaba en una mujer recién conocida era el diseño de sus orejas, apartándole el cabello con un ademán irrefrenable. A partir de allí, podía llegarle un sopapo, o una mirada de escamio, o simplemente un insulto y una huida hacia el nunca jamás...
El orejudo Flores estaba seguro de haber perdido los más grandes amores de su vida debido a aquellos remotos tirones recibidos por parte de su padre, que era totalmente ajeno a los valores de la estética, y a la importancia de la simetría.
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